la lluvia

Las canciones tristes me recomponen el alma. Aunque sean por breves espacios de tiempo, como cuando conduces en un fuerte día de lluvia y el parabrisas limpia el cristal para que puedas ver con más nitidez pero a los segundos el cristal vuelve a empañarse perdiendo la completa visibilidad. Y aún así, el parabrisas aparece en escena antes de entrar en pánico, vuelven a despejarte el camino para continuar.

Así es el efecto que produce en mi ciertas melodías.

El otro día, de camino a la oficina de correos para entregar algunos pedidos de la semana, hice el trayecto con una lluvia que iba "in crescendo" y me hizo ir a una velocidad más lenta a la usual. Siempre digo que tengo que salir a caminar por aquí pues el paisaje es bello, tremendamente bello. La música que sonaba (Roots de Martin Herzbeg), la lentitud al conducir y la lluvia incesante, me ofreció un momento de terapia que acabó en llanto. Y es que, aunque sé que la vida de todos no está exenta de problemas, la mía, en esos momentos, dolía demasiado, y ver que a pesar de todo tenía ante mi un paisaje más vivo y colorido que nunca, me acarició y desgarró al mismo tiempo. Estos últimos meses he aprendido a llorar desde las entrañas, gritando a veces cuando estoy sola para no quedarme con nada, vaciarme por dentro y luego ser capaz de procesar todo sin ya ese peso que duele, el de las cosas que no decimos y que me fue enfermando con el tiempo. Bajé la velocidad hasta el punto casi de parar el coche al pasar por un tramo lleno de ovejas. Llovía fuertemente pero ellas estaban inmóviles, parecían estar en un estado de trance profundo. Me vinieron recuerdos de Irlanda y luego me quedé pensativa: ¿Estarían disfrutando de ese momento, estarían paralizadas o muertas de miedo? No creo que fuera esto último pues los animales carecen de ese ego tan limitante y autodestructivo. Enseguida entendí que estaban presentes. Simplemente.

Y de repente, anhelé ser una oveja por unos instantes.

Al llegar a la oficina tuve que parar para secarme los ojos y que no se me notase tanto, aunque esta vez la lluvia pudiera justificar mi rostro mojado. El camino de vuelta a casa fue más tranquilo, la lluvia había amainado y pude ver con más claridad los árboles, la montaña, la tierra, abrí la ventanilla y enseguida me vino el olor a tierra húmeda (uno de mis aromas favoritos junto al olor de mi Laika). Y agradecí. Si una cosa he aprendido este casi último año es a agradecer incluso cuando uno está sufriendo pues sin ese dolor, uno no tendría ni un mínimo atisbo de ser más consciente, de despertar un poquito. Agradecer me ancla a la Tierra, me libera y me recuerda que confíe en lo que estoy viviendo pues todo está ahí para enseñarme algo. Y es en esa lectura y lo que hago con ello lo que determinará mi aprendizaje. A veces lo veo de forma nítida, tomo acción. Otras me resisto, el aprendizaje tarda más en aparecer.

. .

Llego a casa, me pongo ropa cómoda. Recojo mi cabello en una pinza, sin gracia alguna. Nunca tuve esa destreza. Caliento agua para hacerme una infusión caliente mientras abro la puerta para que las gatas puedan salir al balcón. Me sirvo la infusión y me siento en el comedor mirando absorta la estantería llena de libros. Mis pensamientos son variados y breves que van saltando de un lugar a otro, como pequeñas acciones que me recuerdo tales como : "tengo que acordarme de seguir poniendo los sellos a cada libro" , " ostras, voy a empezar a leer ese libro que no recordaba y está ahí", " quiero escribir, ¿Dónde habré metido mi carpeta con todos mis manuscritos, los habré perdido?, " ohh, los álbumes que compré para llenar con fotos el año pasado cuando me encontré el bulto en el cuello", "dentro de nada hará un año, qué heavy!", "uf, se me olvidaba tender la ropa de la lavadora".

Entra algo de frío. Miro hacia el balcón y las gatas ya no están. Se han tumbado y duermen plácidamente en el sillón, la otra cerca de la ventana. ¿Cuánto tiempo habrá transcurrido?

De repente me siento más liviana. Siento que esos absurdos pensamientos me han ayudado a olvidar lo que hace media hora me tenía inmersa en llanto.

Dejo la taza en el fregadero y me dispongo a entrar en el taller.

Y es como si la lluvia no hubiera estado presente.

El cielo se ha despejado.

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